My landlord Bogdan ‘Bob’ Rakic ​​lived for six more years than the country in which he was born. He emigrated from Yugoslavia to Canada with fourteen dollars in his pocket while Europe was still ravaged by World War II. I met him almost six decades later, as a downstairs tenant in his bright blue house. For 55 years, Bob painted the house with his own hands, and in the same shade of blue. Along with the blue, Bob preserved, reused, collected, bought in quantity, like a proper post-war citizen. He knew about Nicaragua, and I about Yugoslavia, "our countries are alike," he’d say, knowing firsthand the disillusionment with -isms and the senseless losses of war. For months he shared with me the fruits of his garden that he so diligently planted and harvested, half of the cakes or boxes of sweets he was not supposed to eat for health reasons, the wine he distilled, while we talked about migrating, family, and his adventures. In envelopes from the old Yugoslavian embassy in Nicaragua —once located in the house where my mother grew up— I began to send Bob letters to share what was sometimes lost to his aging hearing and broken English, before I asked to photograph him and his home. 

 (Bob y la casa azul brillante)

Mi casero Bogdan ‘Bob’ Rakic vivió 6 años más que el país en el que nació. Emigró de Yugoslavia a Canadá con 14 dólares en su bolsillo mientras Europa seguía destrozada por la Segunda Guerra Mundial. Yo lo conocí casi seis décadas después, siendo inquilina del piso de abajo en su casa azul brillante. Por 55 años, Bob pintó la casa con sus propias manos, y con el mismo tono de azul. Junto con el azul, Bob preservaba, reutilizaba, coleccionaba, compraba en cantidad, como buen hijo de la posguerra. Él sabía sobre Nicaragua, y yo sobre Yugoslavia, “nuestros países se parecen” decía, sabiendo en carne propia la desilusión    y las pérdidas   por la guerra. Por meses me compartió los frutos de su jardín que tan disciplinadamente sembraba y cosechaba, la mitad de los pasteles o cajas de dulces que no se debía comer por salud, el vino que él destilaba, y platicabamos sobre migrar, la familia, y sus aventuras. En sobres de la vieja embajada de Yugoslavia en Nicaragua que en los 80s se ubicó en  , comencé a enviarle cartas para compartirle lo que a veces su pérdida de oído e inglés quebrado me impedía. Adjuntaba fotos de mi familia para que dentro de un marco de reciprocidad, al tiempo poder pedirle fotografiarlo a él y a su hogar.


Using Format